Ofrendas y su significado
Las
ofrendas deben contener una serie de elementos y símbolos que inviten al
espíritu a viajar desde el mundo de los muertos para que conviva ese día con
sus deudos.
Entre los
elementos más representativos del altar se hallan los siguientes:
Imagen
del difunto. Dicha imagen honra la parte más alta del
altar. Se coloca de espaldas, y frente a ella se pone un espejo para que el
difunto solo pueda ver el reflejo de sus deudos, y estos vean a su vez
únicamente el del difunto.
La cruz.
Utilizada
en todos los altares, es un símbolo introducido por los evangelizadores
españoles con el fin de incorporar el catecismo a una tradición tan arraigada
entre los indígenas como la veneración de los muertos. La cruz va en la parte
superior del altar, a un lado de la imagen del difunto, y puede ser de sal o de
ceniza.
Imagen
de las ánimas del purgatorio. Esta se coloca para que, en caso de que el
espíritu del muerto se encuentre en el purgatorio, se facilite su salida. Según
la religión católica, los que mueren habiendo cometido pecados veniales sin
confesarse deben de expiar sus culpas en el purgatorio.
Copal e
incienso. El copal es un elemento prehispánico que
limpia y purifica las energías de un lugar y las de quien lo utiliza; el
incienso santifica el ambiente.
Arco. El arco se
coloca en la cúspide del altar y simboliza la entrada al mundo de los muertos.
Se le adorna con limonarias y flor de cempasúchil.
Papel
picado. Es considerado como una representación de
la alegría festiva del Día de Muertos y del viento.
Velas,
veladoras y cirios. Todos estos elementos se consideran como
una luz que guía en este mundo. Son, por tradición, de color morado y blanco,
ya que significan duelo y pureza, respectivamente. Los cirios pueden ser
colocados según los puntos cardinales, y las veladoras se extienden a modo de
sendero para llegar al altar.
Agua. El agua
tiene gran importancia ya que, entre otros significados, refleja la pureza del
alma, el cielo continuo de la regeneración de la vida y de las siembras;
además, un vaso de agua sirve para que el espíritu mitigue su sed después del
viaje desde el mundo de los muertos. También se puede colocar junto a ella un
jabón, una toalla y un espejo para el aseo de los muertos
Flores. Son el
ornato usual en los altares y en el sepulcro. La flor de cempasúchil es la flor
que, por su aroma, sirve de guía a los espíritus en este mundo.
Calaveras.
Las
calaveras son distribuidas en todo el altar y pueden ser de azúcar, barro o
yeso, con adornos de colores; se les considera una alusión a la muerte y
recuerdan que esta siempre se encuentra presente.
Comida. El
alimento tradicional o el que era del agrado de los fallecidos se pone para que
el alma visitada lo disfrute.
Pan. El pan es
una representación de la eucaristía, y fue agregado por los evangelizadores
españoles. Puede ser en forma de muertito d e Pátzcuaro o de domo redondo,
adornado con formas de huesos en alusión a la cruz, espolvoreado con azúcar y
hecho con anís.
Bebidas
alcohólicas. Son bebidas del gusto del difunto
denominados “trago” Generalmente son “caballitos” de tequila, pulque o mezcal.
Objetos
personales. Se colocan igualmente artículos
pertenecientes en vida a los difuntos, con la finalidad de que el espíritu
pueda recordar los momentos de su vida. En caso de los niños, se emplean sus
juguetes preferidos.
La cultura
mexicana tiene su más colorida representación en la celebración de Día de
Muertos, festividad que se ha visto retratada en diferentes expresiones
culturales, las que abarcan todas las manifestaciones: desde el arte
prehispánico hasta el popular de nuestros días. Actualmente, la muerte hecha
objeto, la muerte representada, no nos toma por sorpresa. Para el mexicano no
radica esta visión en el desprecio sino en su valoración, pues se entiende como
una manifestación y una explicación del mundo, heredadas y evocadas
inconscientemente.
La fusión
de ambas culturas hace del altar un producto comunicativo que evoca
constantemente los elementos que le dieron origen y que lo traducen en una
repetición y evocación constantes del mundo indígena y del católico, con
símbolos que adquieren un nuevo significado.
La muerte,
en este sentido, no se enuncia como una ausencia ni como una falta; por el
contrario, es concebida como una nueva etapa: el muerto viene, camina y observa
el altar, percibe, huele, prueba, escucha. No es un ser ajeno, sino una
presencia viva. La metáfora de la vida misma se cuenta en un altar, y se
entiende a la muerte como un renacer constante, como un proceso infinito que
nos hace comprender que los que hoy estamos ofreciendo seremos mañana invitados
a la fiesta.

Gracias por la información, muy detallada y interesante
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